4 de mayo de 2013

MÚSICOS QUE TOCAN DESDE EL ALMA

Por Desiree Jaimovich

El lunes dieron un recital gratuito en el Hospital Garrahan. Música para el Alma es un proyecto que reúne a músicos de orquestas sinfónicas y coros de todo el país. Se presentan en hospitales, escuelas de educación especial y geriátricos. La iniciativa surgió luego de la muerte de la novia del director, Jorge Bergero.         
"Estoy nervioso", confiesa mientras se calza la nariz roja y agarra fuerte su violoncello. El que habla es Jorge Bergero, integrante de la orquesta estable de Colón y creador de Música para el Alma, un proyecto solidario que reúne a más de 200 músicos de diferentes orquestas sinfónicas y de coros nacionales que buscan acompañar con su arte a personas que viven situaciones difíciles. Con ese fin se acercan hasta hospitales, geriátricos y escuelas de educación especial a brindar conciertos gratuitos, que producen 100% a pulmón, ya que no cuentan con ningún tipo de financiamiento.
"Queremos regalar una sonrisa donde más se necesita", asegura Jorge mientras se acomoda junto a sus más de 100 compañeros en el salón blanco del Hospital Garrahan. Esta escena se dio el lunes mientras los músicos ultimaban detalles antes de arrancar con la función para cientos de pacientes, médicos y otros tantos curiosos que se iban sumando como público. Fue el recital número 11 que hicieron en los ocho meses que lleva funcionando Música para el Alma; un proyecto detrás del cual hay una trama de amor que conmovió al director de cine Eliseo Subiela a tal punto que les dedicó un guión. Cuando estaba ensayando con los músicos para ir al Hospital Borda –donde tocó a fines del año pasado- algunos de ellos le sugirieron que lo contactara y le contara qué me motivó a hacer este proyecto. Es que lo que estaban por hacer los remitía a la famosa escena de la película "Hombre mirando al sudeste", donde una orquesta toca en una explanada afuera del hospital Borda. Así fue que llamó a Subiela y le contó cómo su historia, que es la de María Eugenia, su novia.
"A comienzos del 2011, mientras ella se trataba por un cáncer de pulmón en Fundación Salud, se le ocurrió que podíamos hacer un recital allí, porque ella era cantante, para levantar el ánimo de los internados. En mayo de 2011 toqué el cello durante la presentación del libro de la directora de esa entidad, Stella Maris Maruso. Eugenia estuvo presente pero no pudo cantar porque a esa altura ya no se podía mover", cuenta Jorge. Cuando ella falleció, a fines de diciembre de ese año, él decidió darle forma a esta idea que se empezaba a gestar. Su primer recital oficial lo dieron en agosto del año pasado en el Instituto de Santa Lucía, una escuela para niños no videntes. "Los chicos se conectaron profundamente con lo que estaba sucediendo; un claro ejemplo del poder transformador que tiene la música", dice. Dese ese entonces tocó en el Hospital Gutiérrez y el Moyano, entre otras tantas instituciones. Ahora, el plan es seguir tocando en todas las provincias que pueda "Y llevar el mensaje de paz de María Eugenia", aclara. Pero para eso necesitaría comprar un micro para trasladarse junto a todos los músicos. Ése confiesa es su sueño. Sólo le falta conseguir fondos. "Ya se va a dar", dice esperanzado mientras se va corriendo porque ahora sí, el show debe empezar.
Una nena con un barbijo tironea la pollera de la mamá. Quiere acercarse al escenario improvisado donde suena el Twist del Mono Liso de María Elena Walsh. Es que junto a la banda, hay dos payasos que hacen todo tipo de muecas. "¡Tienen narices rojas, mamá!", dice sorprendida. Y así es, los payasos, al igual que el resto de los músicos están con narices rojas. Una invitación a reírse, justo ahí donde la enfermedad trae lágrimas. El recital sigue mientras el público acompaña con aplausos y un eventual vaivén de caderas, cuando el tema invita a hacerlo. El tenor y la soprano son recibidos con especial ovación. "¡Esto es único, qué voces, por favor!", dice una enfermera apoyando una mano sobre su mejilla en un símbolo que mezcla sorpresa con placer. El cierre, como no podía ser de otra manera es grandilocuente. No porque intente ser majestuoso, sino porque el público se deja invadir por esa alegría que inunda el lugar. Y así, de pronto y casi sin pensarlo, músicos, pacientes y curiosos se confunden cantando "La oda a alegría" de Schiller. El aplauso es ensordecedor. Ellos, los artistas saludan y prometen volver, porque el show debe continuar.